lunes, 5 de diciembre de 2011

Ni antes tan capullo, ni ahora tan mariposa

Un día encontré en mi facebook una invitación para una reunión de antiguos alumnos de mi cole, no sabía si espantarme o emocionarme, a partes iguales, tenía el corazón partío.

El otro día leí que madurar es aprender a respetar las diferencias. Yo creo que es al revés, fijaté. Cuando somos muy niños, no distinguimos si el del pupitre de al lado es rubio o moreno, flaco o gordo, guatemalteco o polaco, somos todos niños y es la única clasificación que nos interesa. Podemos elegir jugar en el patio con el que mejor juega al futbol, pero luego en clase somos más amigos de la que sabe hacer trenzas con 2 lazos... Cada uno tiene unas habilidades y todas nos parecen bien, depende en qué momentos. Según avanzan los años, uno deja de jugar con Perico porque es un zote en baloncesto y lleva gafas o con María porque sólo saca sobresalientes y eso es ser un bicho raro, lo mires como lo mires.

Aún sin haberme decidido a ir a la reunión, me encuentro en el cine con Perico, el amigo de la infancia, ese al que nadie escogía en su equipo del balón prisionero porque no corría lo suficiente, y resulta que ha estudiado notarías, ahora le llaman Pedro, está cachas, se ha operado la vista, tiene 2 niños y también un Mercedes... y esa misma semana, en esas coincidencias extrañas de la vida que te marcan un camino sin pensarlo, veo a María en la caja del Hipercor, después de 20 años sin tener noticias la una de la otra, y resulta que es la cajera...

Con la alegría todavía candente del reencuentro fortuíto, decidí ir a la reunión de antiguos alumnos, y entre vino y risas fueron saliendo todas aquellas historias de rodillas peladas y bolis de 4 colores, olvidadas por unos, pero muy presentes para otros, que es que cada uno recuerda la infancia con una subjetividad pasmosa, porque a ver por qué motivo se acuerda mi amiga Rosa de que yo, precisamente yo, le dije a la de mates que no estudiaba, porque mira por dónde, sabía perfectamente, que a mí las matemáticas no me iban a servir para nada en mi vida adulta. Después de trabajar 10 años en una empresa financiera, esa premonición infantil mía se ha confirmado totalmente.

Y ya después del postre, llega el momento de las confesiones estilo "barra libre" que propician los gin-tonics y ahí me cuenta Pedro que se está separando de su mujer, que su niño mayor es disléxico y no avanza en el cole y que cada vez tiene menos tiempo para nada de lo que le gusta hacer, que es tocar la guitarra y jugar (mal) al baloncesto. Que cada vez se acuerda más de los días de patio como la etapa más feliz de su vida. Es lo que decía yo de la subjetividad de la memoria, y es que se ha olvidado de las veces que se quedaba sentado cambiando cromos con uno de 2º porque nadie le había elegido en su equipo... Pobre Perico, pienso, vuelve a ser Perico, el Perico de siempre.

Con María al segundo minuto de charla, compruebo que también me había equivocado al verla en el super de cajera. Resulta que trabaja solo por la mañana y en tardes alternas está haciendo un voluntariado y sacándose la carrera de Bellas Artes, que tiene un enano pelirrojo monísimo lleno de pecas y está tan agusto sin casarse, alternando novios con soledades que no le pesan nada, porque le mola su vida como está, y el que venga que se acople, si quiere, a su ritmo y el que no, pues adiós buenas tardes, que no tiene ganas de dramas que exijan más de una noche de llanto.

Así que al final me alegré de haber ido a la reunión. Y es que cuando miras y escuchas bien, ni antes tan capullo, ni ahora tan mariposa.

3 comentarios:

Jose dijo...

Espero que tanto Perico como María sean personajes ficticios... me cae bien Perico, anyway.

Lorenix dijo...

Este post está basado en hechos reales. Los nombres de los protagonistas han sido modificados para preservar su identidad. ;)

INMACULADA dijo...

Me gusta que la realidad supere la ficción. La vida está llena de Pericos, Marias, lorenixs...
¡Vivan las diferencias!